Manchas rojas

trees-g1a154176e_1920-thegem-blog-default

Para Ramón, “Monchis”, hijo de Toribio y Blanca

 

Del blanco puro de mi madre Blanca y el blanco y negro de mi padre Toribio, nací yo con manchas cafés, de ahí mi nombre: Manchas o Chitas. Así me dice el niño del señor Marceliano.

A mi padre rara vez lo sacaban a pastar. La última vez lo amarraron al vocho y lo terminó ladeando. “Mejor no vomer esa bestia”, o algo así, decía el señor Marceliano. Como no querían otro animal desca-rridado, descarri-lado, me dejaban pasear solo, para aprender a controrarme. Mi mamá me lo advertía, entre más mejor yo me cuidara, más libertad tendría y cuando fuera un semental no voltearía un vocho porque ni me amarrarían. Autocontror, o algo así, le dicen, creo que porque tú controlas al auto y él no a ti.

En una de esas tardes en las que contaba hongos, se me acercó un perro sin nombre. Me preguntó de quién era, “de mi mamá, Blanca”; que no, que quién me compró, “nadie porque nací de mi mamá, Blanca”; que no, que quién era mi jefe, “mi papá, Toribio”; que no, que quién me cuidaba, “yo mismo, Manchas”; que no, que con quién iba, “conmigo, Manchas”; que no, que quién me alimentaba, “yo, Manchas, porque pasto solo, pero, antes, mi mamá, Blanca”; que no, que quién era el responsable, “yo, Manchas, porque tengo autocontror”; que no, que en casa de quién dormía; “en la de mi papá, Toribio, mi mamá, Blanca y yo, Manchas”; que no, que quién era el humano dueño de la casa, “el señor Marceliano, humano dueño de la casa”.

Mientras me preguntaba más, llegaron los otros, aplastaron algunos hongos y me rodearon. Conté hasta cinco. Nada más sé contar hasta el diez, que es el número de manchas que tiene mi papá, Toribio y las que tengo yo, Manchas, según mi mamá, Blanca. El primero me dijo que a ellos no les gustaba vivir con señores ni señoras porque les dan de comer pura tortilla tiesa y huesos sin pollo, “salgan a pastar, como yo, Manchas, tengan autocontror, au-to-con-trol”. Comenzaron a llegar otros cinco y la perrada ya era de diez.

Me sonreían raro, con todos los dientes, pero más los de adelante. “Salgan a comer al monte”, que sí, que eso es lo que hacían. Yo creo que se confundieron, porque, aunque tengo el color de la tierra, me falta el pasto. El primero se me fue a la yugu-dar… yu-gu-lar y luego se me echaron los demás.

Entonces me morí y el señor Marceliano me encontró muerto. Estaba casi igualito a cuando nací, las mismas manchas en los mismos lugares, solo que ahora eran rojas.

20

Dejar un comentario

X