“Siempre que estoy contigo siento que escapo de mi realidad”, era lo que siempre pensaba al tenerla frente a mí. Me quedé mirándola por un momento sin pronunciar ninguna palabra, la tomé de las manos, le sonreí débilmente; solté una de sus manos y con la que continuaba entrelazada a la de ella, la fui acercando hacia mí para poder abrazarla.
Era extraño lo mucho que podía sentir al tener contacto con ella, sentir la calidez de su cuerpo me reconfortaba pues lograba transmitir a mi mente la idea de que todo estaría bien, y eso tranquilizaba a mi corazón.
Ese dulce momento era de nosotras y así fueran noventa minutos u ocho horas, iba a aprovechar lo más que pudiera estar a su lado.
Después del largo día sintiéndome agotaba, resultaba placentero tomar un respiro de todo aquello que me consumía y poder estar en mi oasis.
Ambas disfrutábamos del descanso que todo esto nos proporcionaba, nos sentíamos en paz y felices; y a pesar de todos los kilómetros que nos separaban, no teníamos que recorrer tanto para vernos.
Solo teníamos que soñar para poder estar juntas.
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