Recordar es vivir a medias

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La recuerdo, sentada frente a una tormenta de notas. Recuerdo esa sonrisa que cubría sus errores, su espalda recta, sus manos danzantes sobre el teclado, el largo de sus piernas y ambos pies aferrados al piso para evitar que saliera volando en cada staccato. La recuerdo ahí, frente al público, fingiendo que no se moría de los nervios; podría haber sido el fin del mundo y ella se hubiera mantenido en su papel de artista, impasible y elegante. Era todo un espectáculo contemplar la destreza y delicadeza que podía verter en cada acorde o presenciar cómo el fuego en su interior se avivaba conforme el final de la obra se iba acercando. Hacía de la música un acto de divinidad, hizo del piano el más bello de los instrumentos y por un instante me hizo creer fervientemente que ella provenía de los cielos.

Todavía la recuerdo ahí, sobre la cama, frente a mis deseos y culpas, frente a mis miedos y ese hueco en el estómago que uno siente cuando sabe que está a punto de hacer algo que le cambiará la vida. Era mi piel contra la suya, el mar contra la arena, su aliento revolviéndose con el mío formando un cúmulo de improbabilidades y errores absurdos. Me rendí ante ella con la esperanza de que mis instintos me guiaran correctamente por los huecos de su alma. El problema era que con ella no se trataba de bestialidad, no era naturaleza ni mucho menos sentido común, no había punto de comparación ni adaptación biológica que estuviera preparada para alguien así. Me armé de valor, me aferré a la poca humanidad que me quedaba y sin ir más lejos… nos arrepentimos. Nos prometimos entre dientes que nadie sabría nunca cuánto nos pudimos haber amado ni cuánto nos lastimamos aquella noche; sería un secreto a besos.

La recuerdo, sí, ahora más que nunca, ahora que se ha marchado y que mis manos han olvidado su propósito, quedándose sin destino y siendo un poco más que herramientas oxidadas por su ausencia. La recuerdo y la noche se me hace día pensando en todo lo que pudimos hacer bien y en todo lo que nunca haremos mal, y es que ella era así: una incoherencia tras otra, dudas y ansiedad, caos, disonancia, un poema sin autor… y aun con todo eso, al final tenía sentido.

Ella tenía sentido para mí y era lo único que me importaba.

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