Tormenta

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De pronto el cielo azul que me rodeaba se oscureció. Aquellas nubes blancas, que tantas veces aparecieron frente a mis ojos, hoy se convertían en un montón de nubarrones negros que arremetían contra mí. 

No importaba cuántos metros avanzara, no importaba si me quedaba quieta, el dolor que aquella descarga eléctrica me provocaba se agudizaba con tan solo respirar. Creí que en cualquier momento estallaría, y en más de una ocasión así fue. 

Cada gota que caía penetraba en lo más profundo de mi mente; su frío voraz me amordazaba con crueldad hasta dejarme inconsciente. Ahí me encontraba, totalmente inmóvil y con lágrimas que se desprendían sin cesar, que en medio de esa racha de viento volaban y se confundían con aquella agua salada del mar. 

Los días se volvían eternos y los recuerdos se acentuaban cada vez más, mi alma estaba destrozada, ya no quería continuar, no podía hacerlo, o eso fue lo que pensé.

Cada rayo, cada trueno, cada relámpago que atacaba sin piedad alteraron mi realidad, no lo notaba, no lo percibía, pero algo estaba cambiando. 

Aquellas lágrimas vertidas en medio de esa corriente, aquel dolor que se hizo constantemente presente, aquellos sentimientos de desconsuelo y pérdida total tenían un propósito ferviente: lograr convertirme en quien soy actualmente.

Fue entonces cuando lo supe, de eso se trataba, estaba destinada a pasar por aquella tormenta. 

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