Apoteosis

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Transito el centro de una ciudad invisible, 

ubicada en una región que ya no es de aire transparente.

El impulso me engaña, me miente, 

mis piernas quieren bajarse en la estación del bus verde,

caminar sobre Violetas púrpura hasta llegar al paraíso del J3 

y ahí, con una sonrisa en tu rostro, encontrarte otra vez.

 

Sin buscarte, te encontré, 

moviendo tus delgadas manos

y levitando entre cada pie. 

Mi corazón se acelera por haberte visto,

con tu oscuro cabello saltando

y tu cuerpo envuelto en la tela de aquel suéter amarillo.

 

Puede que todavía pienses 

que soy el campeón de tu corazón

aunque ya no cargue el título como dice Alvarito,

pues tú aún paseas en mi mente

un ⅛ de los 86400 segundos que dura el día.

Nunca imaginé que a lo más profundo del mar me llevarían

el amor y el cariño que yo te tenía.

500 noches y 19 días estuve atormentado por tu partida,

abrumadora la idea, esa de ya no estar juntos en la vida.

 

Y aunque voy solo a la ciudad invisible,

aún hay partes de ti que siento en mí.

Es amargo acostumbrarse a vivir sin ti.

Aún te escucho en algunas voces,

aún te veo en lo que observo,

incluso aún te leo en lo que escribo,

sintiendo que vivo contigo, pero sin ti.

 

Ahora estoy solo y estoy agradecido,

porque estoy construyendo y conociendo

una nueva y mejor versión de mí,

que, contigo, no la hubiera elegido. 

 

Mi alma se alinea a lo cósmico.

Entendí que no eras el destino,

pero estabas en el rumbo.

Lo nuestro se sintió como el nirvana, 

aunque fuera un amor kármico.

Ahora estoy expectante de lo que me depara el mundo,

y a nuestro tiempo lo dejó en paz como un momento mágico.

 

Hoy vuelo a otra ciudad invisible,

con una nueva mejor versión de mí,

en donde estás tú sin estar.

Hoy voy a la región más transparente de mi ser,

donde todo vuelve a empezar.

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