Como la luna y el sol

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He escuchado esa leyenda griega en la que se dice que la luna y el sol son dos seres que se aman, pero que fueron separados. A veces, pienso que la vida es así, tan perfectamente complicada. ¿Por qué se separa a dos personas que se aman? Es la mecánica de la vida, simple de decir, pero difícil de entender. Al vivir, nacemos, crecemos, nos desarrollamos y morimos, y aunque la muerte es lo más doloroso que alguien puede experimentar, es más fuerte cuando un ser amado muere, no hay punto de comparación, esa es la ley de quienes aman con todo el corazón a los demás.

Para mí, la vida cambió con la pandemia, como a la luna y al sol, me separaron de aquellos a quienes yo amaba. Mi forma de ser, de pensar, de disfrutar y de sonreír, fueron diferentes; perdí el ánimo de vivir como solía hacerlo, al igual que sus risas, sus miradas y sus abrazos, lo perdí todo. Me sentí vacía, como si hubiera tirado a la basura la brújula que me guiaba por el camino de la vida. 

De pronto, en estos andares melancólicos, confundidos y solos, sucedió algo inimaginable. 

Como un regalo mandado por quienes ya habían partido, llegó un motivo: la esperanza.

Realmente confío en que mis seres amados que habitan en el cielo decidieron darme la luz, aquella que perdí en mi camino, pues mi camino era la oscuridad. 

La esperanza se tradujo en un joven alto de preciosos ojos que poseía el alma más genuina y sincera que pudiera conocer. Ese joven fue como el agua más dulce y fresca para mí, porque llegó a regarme cuando yo me marchitaba. 

Fue luz, fé, entendimiento, amor y sorpresa, ese joven, sin esperarlo, había llegado a salvarme. 

Entendí que las personas que amamos se van, pero siempre viven en nosotros, que somos parte de ellos; aprendí que, aunque ya no estén presentes, la vida debe continuar. 

Él me ayudó, hizo que aquellos pensamientos tristes fueran desapareciendo paulatinamente, porque cuando llegaba con su sonrisa, todo cobraba sentido, él pintaba mi mundo de tan bellos y diversos colores.

Aprendí a recordar con amor y no con tristeza, aprendí a recordar con sonrisas y no con lágrimas. Supe que el aprendizaje había empezado, la vida de nuevo me quería enseñar a esperar y saber que las cosas pasan, que se debe seguir. Supe que mi esencia había regresado, mi energía había renacido, mi ánimo y mi alegría habían aumentado. Mi yo de antes de 2020 apareció de nuevo, pero con más fortaleza, con más templanza, con más amor y con más ganas de vivir… 

Fue justo en ese momento cuando conocí la mejor versión de mí.

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