El devenir de mi propio ser

La vida se esconde entre mis manos, entre ser la dueña de mi propio destino o sucumbir ante la cruda y determinante posibilidad de deslizarme, con más fuerza, al fondo del abismo de donde ya había resurgido.

¿Es posible que mi vida se renueve como olivo en primavera y que de un día a otro la utopía se vuelva realidad? Y si es que la plenitud se encuentra en el devenir, ¿por qué vemos la flor del pasado con tristeza, la hoz con rencor y la estrella del mañana con esperanza?

¿Se convierte en una necesidad el avanzar a lo desconocido, encaminarse por el sendero que alberga oscuridad y por el que no se alcanza a ver lo rocoso del peñasco, con tal de seguir una versión de mí misma que se encuentra en mi mente?

¿Será que lo que soy no es suficiente y que caminar hacia “lo que debo ser” me otorgará paz? ¿O es que simplemente el Hacedor de Todo se divierte con mis caídas y anhelos, e imprime en mí imágenes de un deber o un estado perfecto y pasado que mis pecados me impiden volver a gozar?

¡Oh Razón, madre de mi perpetuo cuestionamiento por el mundo, lo eterno y lo que sobrepasa mi interminable curiosidad, otorga en mí la magnanimidad, la elevación de mi espíritu para encontrar en dicha virtud lo que implica una existencia sin premios ni loores, sin la punzante idea de lo que mi corporalidad no puede alcanzar, y sin el pesimismo de ánimo que incita a permanecer, por voluntad propia, en esa caverna que a nuestros antepasados tanto les hizo ignorar!

(Para continuar con esta reflexión diríjanse a mi blog).