El Diablo tiene muchos nombres y solo una forma de ser

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Mi nombre no está en el diccionario, mi madre dice que lo eligió al azar cuando la enfermera entró al cuarto con un pedazo de carne que tenía volumen y nadie sabía cómo hacer que disminuyera. Mi madre sostuvo el pedazo de carne y al sentir la vulnerabilidad en sus brazos decidió que llevaría un nombre difícil de pronunciar.

     Cuando llegué al mundo, mi madre me presentó al Diablo en persona, pero mi mamá insistía en que le llamara “padre”, yo le hice caso los primeros años, pero en cuanto pude reclamar mi libertad de expresión, el personaje pasó de ser “padre” a ser “el señor que vive en casa y se comporta como todo menos como un símbolo paterno”. Las personas dicen que si no recordamos mucho de nuestra infancia es porque probablemente tenemos recuerdos dolorosos y se han bloqueado por mera protección, pero yo creo que es mentira porque mi infancia fue terrible y yo desafortunadamente me acuerdo de todo. 

     Un día, el Diablo me miró con una falda para ir a la escuela y no me dejó llegar ni a la esquina; fue por mí, me sujetó del cabello y me llevó a casa para estrenar el cinto nuevo que había comprado con intención de gastarlo en mi cuerpo y el de mis hermanos. Me dolía tanto que no podía pronunciar piedad, pero no lloré porque eso significaba que me iría peor. En casa no eran bienvenidas las quejas, menos las lágrimas. Lo que tenía permitido era satisfacer los deseos del Diablo y obedecer sus órdenes.

     Yo no vivía con miedo, pero sí con enojo y no sé cuál es peor. Solo sé que ese enojo permaneció dentro de mí y más tarde se transformó en odio; quería y necesitaba salir de ahí, pero la única manera era mediante alguien más, por eso me casé. Dejé de vivir en el infierno, pero el fuego se había quedado dentro de mí y comenzó a quemar a la persona que ahora llamaba “marido”. Era la viva imagen de “proveedor” y “padre responsable”, sin embargo, para mí tenía mucha similitud con el Diablo que vivía en casa. Dejé que el infierno nos calcinara a ambos y ahora que él no está conmigo sé que nada de esto me estaría pasando si tal vez yo no hubiera conocido al Diablo, o viceversa. Pude vivir una vida con sufrimiento, rabia y enojo, pude sobrevivir y en el proceso provocar sufrimiento a otros, pero ahora mismo no puedo vivir conmigo misma.  

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