Como diría la canción de Grever, alma mía sola siempre sola, me he cuestionado hasta el cansancio, ¿por qué parece que el corazón se siente atraído por aquello que en su normalidad no puede tener o al tenerlo le desgarra?
Se dice mucho de la importancia de aquello que nos hace diferentes y se nos alienta a aferrarnos a ello, pero nadie nos dice que ser o pensar distinto puede condenarnos a oscuros momentos de soledad.
¿Será que nuestro verdadero brillo aparece cuando nuestra compañía preferida es la propia? ¿De verdad nuestra mejor versión es aquella que aún con cicatrices da señales de vida?
Es entonces que descubro mi reflejo, la prueba ineludible de que a pesar de todo sigo viva. Veo mi cabello reposar sobre mis hombros, mis mejillas rosadas y mi eterno mirar enamorado de todo, menos de lo que en realidad florece en mis entrañas.
Me observo fijamente, es así como profano del dolor y de las migajas de amor que me fueron otorgadas un día, un halo de vida que me permite decirme: Te amo y nunca nadie lo hará como yo lo hago.
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