Para Jazmín
No puedo creer que el tiempo pase tan rápido. Tengo 26 años y todavía no sé qué estoy haciendo en este lugar, desconozco el propósito de mi existencia. Aunque, si soy sincero, vienen a mi mente tantos recuerdos bellos como la primera pelea que tuve. Fue en el kínder, sin embargo, debo confesar que la razón valió la pena, defendí a una niña. Curiosamente, nunca volví a creer en la violencia y siempre resuelvo mis problemas con algo maravilloso: el diálogo.
Mi destino ya empezaba a formarse, porque hoy me encuentro escribiendo una y otra vez sobre temas relacionados con el amor y los signos. Hay un nombre de mujer en mi mente; representa a la primera protagonista de mis letras. La conocí cuando iba en el bachillerato, en aquellos tiempos estaba convencido de que me dedicaría a las matemáticas, pero la vida da muchas vueltas y hoy soy un hombre apasionado por la literatura.
Olvidé el número de veces que le escribí una frase. Ella conoció la mejor versión de mí cuando mis cartas eran inocentes y relataban momentos dulces sobre la naturaleza o la magia de un instante. Ahora, leo mis nuevos textos y entre líneas se nota una profunda depresión por pertenecer a un mundo que muere todos los días a causa de nuestra terquedad.
La mejor versión de alguien solo puede manifestarse al momento de estar inspirado por algún sueño cumplido o una meta que pensábamos era difícil de alcanzar, como si nos pusieran una venda en los ojos que sólo nos permite mirar las cosas bellas. Pero en el fondo hay algo que hará daño, ver nuestra vida colapsar y al momento de no tener ninguna opción de salvarla, todos quisiéramos que esa mejor versión se manifestara antes de experimentar el terrible final de nuestra existencia.
En un instante todo puede cambiar. El futuro por el que alguna vez nos preguntaron en la escuela representaba algo más que un simple ensayo de lo que nos esperaba, porque todo va cambiando con cada decisión que tomamos. El tiempo nos puede sorprender con algo inesperado, pero, si ponemos la suficiente atención, podemos llegar a ser algo grande y aprovechar al máximo nuestra mejor versión, la cual, irónicamente, llega sin planearse.
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