En la morgue

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El olor de los muertos es el del retorno al cosmos, el de la sublime alquimia.

Gabrielle Wittkop

Contrario a toda lógica forense, los cadáveres hallaron la forma de comunicarse post mortem. Pronto se corrió la voz entre todos los cuerpos de la morgue: «El necrófilo ya viene».

        Descomponerse rápidamente fue su primera alternativa para huir de las garras del amante de los muertos. Sin embargo, aquella solución cayó en desuso al poco tiempo; entre más putrefacto el cadáver, mayor satisfacción sentía el necrófilo.

        Razonaron, después, un método infalible para escapar de sus pervertidas caricias: ocultarse en las penumbras de la morgue. El adorador de difuntos jamás los capturaría en las sombras más oscuras del sitio.

        Pero el hedor de la muerte los delata. El aroma a fallecido guía al necrófilo hasta los cadáveres, por más recónditos que estén. Siempre encuentra a sus víctimas para otorgarles una segunda —y definitiva— muerte entre sus brazos.

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