Los que son como yo

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¿Somos lo que hacemos? Es decir, suele pensarse que nos define aquello a lo que nos abocamos, a la actividad en la que encontramos plenitud o que nos apasiona, o simplemente aquella en la que ejercemos un oficio, pero ¿qué pasa con lo que no hacemos?

Pude haber sido Médico, Ingeniero en robótica, Sociólogo o Pintor, pero al final ¿eso qué importa?, ¿es eso acaso lo que me da identidad? Tengo la seguridad de que soy más que eso, más de lo que pude haber sido, soy también lo que no soy, aunque quizás en menor medida. Soy todo lo que nunca llegué a hacer, simplemente hoy sé lo que hago, sea mucho o sea poco, más allá de todo lo que pueda definirme.

Soy de los que arrancan trozos de césped sin razón, de los que no lavan los trastes sin poner música, de los que guardan los boletos de conciertos en una vieja caja de zapatos, el que se rehúsa a quedarse donde ya se sabe que está de más. Soy de los que aprecian el silencio e incluso lo persiguen en medio de la multitud, de los que prefieren visualizar todo antes de actuar y adelantarse mentalmente un par de movimientos en el ajedrez.

Soy más de ideas que de ideologías, buscador constante de verdades y cazador incansable de mentiras, disfruto de lejanas compañías, de bebidas calientes y frías, pero nunca sin alcohol.

A menudo escudriño en mis sueños más antiguos y en mis pesadillas más recientes, con la vaga esperanza de aprender algo que nadie se ha preguntado, porque soy de los que creen que se vive mejor cuando se duerme, y poco puede pararte cuando solo la alarma existe.

Considero también con extrema humildad, que “soy totalmente Palacio” nacional e ingobernable, políticamente de extrema-centro, me identifico con el Partido Emocionalmente Dependiente, aunque también tengo tendencias por la anarco-indiferencia.

Se me acusa constantemente de perezoso, y aunque cuento el tiempo grano por grano en el reloj de arena, prefiero poseerlo en lugar de él a mí y disponer de él en pequeñas cucharadas, y si se puede acompañado de un gran plato de pozole, mejor. 

Odio todo aquello que pueda definirme, porque definir es limitar, y aunque conozco dichos límites prefiero no mencionarlos, así tengo más libertad de ser y/o no ser lo que prefiera, y si hubiera un atisbo de definición de lo que todo ese conjunto de cosas que soy no habría diferencia, pues también la ausencia de esa idea me resulta atractiva, el hecho de ser sin pertenecer.

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