Mí mismo

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Mullido entre las sábanas de las dudas, me cuestioné: Mí mismo, ¿qué somos? 

       Enmudecido ante tremente cuestión, simplonamente pude decir: Somos lo que somos, pero también somos lo que no somos. Contento por un instante ante brutal respuesta, me interrogué: ¿Siendo lo que soy y lo que no soy, siendo al dejar de ser y dejando de ser lo que ya no soy, qué soy?

       Ante el juego de palabras o trabalenguas pedantes de la metafísica de segundo orden me preocupé no solo ante la interrogante, sino ante la petulante respuesta que solo buscaba resolver ipso facto sin tomarse la presteza ni la ligereza de descomunal duda.

       Me miré al espejo, me observé en los otros, noté en mis recuerdos, me proyecté ante el sol y los astros, y percibí lo distante como disconexo de un —quizá— resolver mi problema.

       Cuando veo sonreír a las hijas de Helios —las Auroras de rosáceos dedos— ya bien por la mañana como por la tarde, noto cómo él se presenta ante mis cuencas y aparece para desaparecer al instante. El sol siempre brillante y reluciente es o bien olvidado por horas en el éter o bien añorado por horas. Sube para llegar a ser, y siendo baja para volver a ser. Él, que es todo lo que es. ¿Qué sería yo en comparación de una mota de polvo? ¿Cuándo soy yo? ¡Brillo! 

       La flor tarda para ser. Su semilla brota en la oscuridad de la tierra anhelando y buscando el calor del sol. El hombre se concibe en lo nebuloso del vientre de la dadora. El pastel se hornea en lo brumoso del orden. Un pensamiento se maquina en la tenebrosidad del cerebro. El yo, para ser, se concibe en el no ser. ¡Me nublo!

       Sonrío ante lo apabullante de no saber cuándo lo que es, es. ¿La flor, como el hombre, el sol, el pensamiento, el yo cuándo son su mejor versión o son a secas (sic)? ¿La flor es desde la semilla o cuando brilla para mi amada, o cuando se marchita al decirnos adiós? ¿El hombre es desde la concepción o cuando sale escindido, o cuando llega al acmé de sí?

       Las determinaciones de mis acciones, las consecuencias de mis decisiones, las acumulaciones de mis pretensiones, las ensoñaciones de mis valores, las fuerzas de mis debilidades y las dudas de mis cuestionamientos me perturban, pero me animan a continuar.

       Laxo y gélido, concluyo: soy el sol, la flor, el pensamiento, el yo, siendo siempre y dejando de ser en todo momento, mi versión última y la mejor es en todo momento, es, puesto que soy —siempre— siendo: ¡Mí mismo!

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