
Confundido, deambulaba a través de las páginas con la intención de encontrar un sitio dentro de la historia. Intentaba acomodarse en medio de las letras que formaban las palabras de aquel libro, pero ellas lo hacían a un lado por no ser parte del alfabeto.
Cuando comprendió que su lugar estaba con los signos de puntuación, intentó colarse en medio de las oraciones. Las comas, muy molestas, le hicieron ver su inutilidad para hacer el trabajo que ellas realizaban. Sus primos, los puntos suspensivos, le dijeron que carecía del misterio necesario para estar con ellos y sus hermanos, los puntos y aparte, lo rechazaron por su naturaleza totalitaria de terminar con las cosas.
Desesperado, acudió con los símbolos de exclamación, quienes le ordenaron apartarse de ellos. Los paréntesis lo veían muy pequeño para estar a su lado y las comillas, que ya iban en pareja, no querían a un tercero en discordia.
Fue durante su encuentro con los símbolos de interrogación que encontró un norte para establecerse en el libro. Después de que le preguntaron si ya había probado al final de la obra, viajó lleno de esperanza hasta la última línea, donde encontró un hueco perfecto para asentarse.
Las demás grafías se acercaron a felicitarlo por tener el valor de ocupar aquel sitio tan solitario, pero él sabía que en realidad cargaba con todo el peso de la obra. Solo alguien con su carácter podía ponerle fin a toda una historia.
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