Vaticinio

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Estará esperándote a la salida. 

Mirará tus ojos con alegría mustia. 

En su mundo yo ya no existo. 

Tendré que irme, es hora. 

Saldré a pisar las piedras cuyo musgo avisaba la llegada.

Me abrirás la puerta, comenzaré el camino sin regreso. 

No dirás nada

ni volveré a oírte. 

 

Tu palabra ya no tocará mis dientes.

 

Eres otro, ya no me encuentras, te quedaste, nos perdimos.

 

Caminaré por el sendero que regresa,

desvestiré sola el camino que aprendí en poco tiempo.

 

Me estoy yendo. 

 

No quiero mirar lo poco que ha quedado, lo nada que te estremezco.

No irás a buscarme, 

no alcanzarás mis dedos.

 

Me he ido para que te vayas, avanzo, me alejo. 

 

Tus ojos no irán a atraparme.

El jardín ya está marchito.

 

Saldré de tu mente, 

mi imagen ya estará desvanecida.

Desapareceré de los lugares habitados. 

 

Me quebraré para siempre.

 

El pedregal se avistará, frío, a lo lejos.

Lejos, vestiré de lágrimas la ciudad sobre el lago.

 

Su voz perpetrará mi aliento,

apuñalará las ilusiones moribundas.

Perderé la inocencia, 

desconoceré el mundo que avanza corriente.

 

No volveré a tenerte cerca,

a verte,

a saber quién eras.

 

Quedaré asfixiada en la ceniza.

Seré polvo,

una migaja que rueda al infierno.

Me quedaré a oscuras,

abandonaré mis huesos bajo la hiedra.

Nadie sabrá que viviré ahí por siempre.

 

Ahí estaré,

quieta, 

muda, 

habitando la nada.

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