Me contó que viajó a Pamplona con la naturalidad de quien comenta haber pasado a la tiendita de la esquina. Tan lejano era él para mí como lo estaba Pamplona, imposible. Ni siquiera me sentía segura de la ubicación de ese lugar en el mundo, así que busqué en Google luego de que él se fuera y miré las fotografías de la ciudad española, mientras recordaba su figura delgada y compacta, sentado en una banquita en la acera de enfrente, esperando a que le llevaran su auto. Tiraba de su propio cabello en señal de impaciencia y agitaba a veces un pie, a veces el otro, calzados con unos mocasines de gamuza color marrón. Yo lo veía desde cierta distancia, con tristeza, como es normal observar un avión cuando no puedes pagar el boleto.
Se levantó de la banca y yo giré con rapidez la cabeza para no ser sorprendida in fraganti. Me pregunté: «¿qué pensaría él si supiera que hago una descripción de su persona como si se tratara del personaje de un cuento o, peor aún, de un poema?». Sentí ganas de llorar. Imposible.
Cuando volví en mí y lo vi entrando a la tienda donde trabajo, cuando él comenzó a hablar sin parar hasta tocar el tema de Pamplona, Egipto y no sé qué otros sitios, yo no pude reclamarle cómo se le había ocurrido irse a parar ahí, cerca de mí, si su lugar está en mis historias ficticias, no en la realidad. La fe alimentada de fantasías, ya se sabe, es mentira, pero esta esperanza sostenida en un hecho… ¿Qué voy a hacer con la ansiedad si el breve encuentro de hoy no se repite? Con los libros basta releer, sin embargo, esto es distinto. Pamplona. Pamplinas, diría una anciana.
Él se dio cuenta de que observaba su espera, ha venido con la intención de conversar para pasar el tiempo y ha sonreído varias veces ante mi silencio eufórico. Una vez apareció el coche en la puerta, se fue a toda prisa para no detener más el tráfico. ¿Volverá mañana a mi tiendita de la esquina?, o ¿lo ocurrido ha sido algo esporádico y extraordinario, como el viaje de quien gasta todos sus ahorros en un avión al extranjero?
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