Cuarto oscuro

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Un pájaro carpintero es un cajón del gran mueble de lo no hecho. Una alarma de carro que quedó encendida es otro. Un cuerpo que se contorsiona al ritmo de una canción que se repite. Un semáforo roto en la intersección de dos avenidas. Un bebé que duerme boca abajo. Un caldo que alguien olvidó guardar en el refri. Un portarretratos con la foto de un pasado que no recuerdas, el cristal roto en el medio.

II

Hay un poema de Carver que nombra, uno tras otro, algunos miedos fundamentales. Hay una fuerza descomunal en esa enumeración. Es muy fácil que todas las oraciones pasen por el cuerpo y produzcan en tiempo presente esa sensación: pánico, ganas de quedarse quieta. ¿Hay miedos fundamentales? ¿El miedo es una forma de comunicación? ¿Hay acción en el miedo?

III

Hoy hablé con un gran amigo y me contó que todo lo que me había dicho la semana pasada sobre la sensación corporal/tangible/inminente de que lo nuevo que tenía que enfrentar el lunes era peligroso, se había disipado llegado el día. Fue a encontrarse con eso y ahí estaba, apacible como un lago en otoño. Su alegría es inmensa pero también lanza una pregunta al aire: ¿Cómo discernir entre miedo e intuición?

IV

Detrás de las cosas que no hago hay un miedo que se repite junto con su contrario: a que las cosas salgan bien / a que las cosas salgan mal.

 V

Me acuerdo de ser una mocosa de seis, siete años y sufrir debajo de las sábanas por unas horas. Cuando pensaba que mis papás ya se habían dormido, caminaba muy despacio hacia el interruptor de luz para hacer que la pesadilla terminara. En realidad, no. Mi papá siempre oía el “clic” y ponía el grito en el cielo. Yo solamente volvía a apagar la luz y moría de pánico hasta que me dormía. 

Si hoy me preguntas cuál es mi peor pesadilla, mi respuesta no es muy distinta a la de ese entonces: mi miedo más profundo es estar encerrada en una habitación, sola y con la luz apagada. No hay ventanas, ni rendijas, ni espacio entre el final de la puerta y el suelo. 

Solo hay ruidos, algo se acerca y viene por mí. 

VI

Lo que no hago es, para mí, como un cuarto oscuro. Una linda habitación, los colores son amables, hay un sofá donde descansar, hay espacios perfectamente listos para la curiosidad. Solo está oscuro, nada más. Hay un interruptor que enciende la luz, es uno muy corriente pero no está donde esperas, o sí, puede estar en cualquier lado. Es forzoso entrar a oscuras a buscarlo. Pero siempre pasa, 

siempre, 

siempre, 

que lo encuentras, 

que enciendes la luz, 

que te enciendes. 

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