En un balcón de Buenos Aires

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Acostumbraba sentarse todos los viernes en su balcón, desprendiendo pedazos de pintura blanca que caían sobre los transeúntes; la mayoría gatos solitarios que merodeaban aquel callejón de madrugada, en la grisácea ciudad de Buenos Aires.

Al otro extremo estaban unos departamentos vacíos, desocupados desde 1985, porque muchas de las familias que los habitaron encallaron en la dictadura del país del cóndor, y ahora se buscaban entre sí, vagando por los andes, a la espera de un reencuentro, al igual que ellos.

El argento acudía todos los viernes a la misma hora, con un mate en mano, a mirar por el ventanal del otro extremo un cuadro de la Ciudad de México. Le tomaba una hora mirar en sus binoculares los detalles de algunas calles del centro histórico, para dejar de estar en el river plate, como solía llamarle a su patria, y transportarse a México.

A veces sentía alegría, otros momentos tristeza, que irrumpía con el eco del tango que ambos solían bailar. Los vecinos, que conocían su manía desde hacía 20 años, achacaban aquel desliz a la edad del viejo, la realidad es que esa era la única manera que tenía de encontrarse consigo mismo.

Desde joven, se había prometido que al amor solo le dedicaría una hora, porque lo prescindible es efímero y con esa sutileza se debe tratar. En sus relaciones siempre fue frío, excepto con ella. Sólo los infelices son capaces de dejar el amor para mañana, amáme aquí y ahora, si quieres que tu amor sea eterno, le dijo ella alguna vez, para tatuarle aquellas palabras en las canciones de su memoria.

Frente al balcón, encendía el radio para escuchar a Spinetta, lloraba y volvía a perderse en el ruido de una ciudad furiosa, sin extrañar la tierra. El argento, fuera de los viernes, vivía para esperar su muerte. Compraba licor como compañía, aguardando el reencuentro de su amada, a quien no pudo salvar ni en aquel viaje.

Quién lo diría, que de aquel escape solo quedó ese cuadro: el único sitio donde podían encontrarse, unidos por sus miradas fijas en un mismo punto, separados por el callejón, en la perdida ciudad de Buenos Aires.

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