¡Qué fortuna!

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¡Qué fortuna debe ser, ser un bendecido!

Alimentarse de acordes, beber tinta.

Concentrar el ser y la esencia. 

Cruzar los límites sin inmutarse,

con la espalda encorvada, con la vista muerta. 

Saludar a reyes y políticos, ponerles buena cara.

Unir con oro la cerámica rota.

Jugar al infinito con los infinitos, apostarlo todo.

Cortar sin pensar la línea de vida. 

Y que hasta en el último respiro haya creación. 

Yo no hago nada de eso.

Sonrío con cierta ligereza,

si cambio de asuntos nadie se molesta,

en lo mismo veo lo mismo, no lo nuevo,

e imagino lo absurdamente imaginable.

Solo pienso en qué fortuna debe ser 

ser un bendecido de nombre imborrable.

De los que oyen los susurros de los dioses.

De los que todos escuchan y nadie entiende.

De premios ya empolvados que no fueron a recibir 

porque había que terminar un párrafo, 

una partitura, un globo de diálogo. 

De los que mueren sobre escritorios, ante pizarrones.

De buenas tumbas del oro

que les hubiera venido muy bien en vida.

¡Qué fortuna ser un bendecido!

De aquellos con más maldiciones.

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