Valle de los sueños

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Me siento a la orilla del lago, el agua clara pasa e inconscientemente sé que el tiempo también pasa. Mi atención se queda en los destellos al fondo del lago, recordando lo que había perdido hace mucho tiempo: mi sueño. 

No tengo memorias de cómo era, ni recuerdo cómo era soñar, dejé de hacerlo en cuanto mi piedra preciosa se tornó en una roca común y corriente. Había dejado de brillar para llenarse de tierra. Que eso pasara fue tan triste y desesperanzador que decidí devolverla a donde la había encontrado: el valle de los sueños. 

Este lugar donde nacen los sueños tan pequeños, como el sueño de un niño de obtener un juguete tan anhelado, hasta los más grandes, como el sueño de un adulto de conseguir el mejor empleo. Este valle estaba lleno de estas piedras preciosas, era decisión de cada persona cuáles tomar y cuántas, las posibilidades eran infinitas.

Mi sueño… probablemente ni siquiera podía entrar en alguna de esas categorías, es más ¿quién podía sentirse con la autoridad para decir que tal o cual sueño era pequeño o grande? Nadie. Sin embargo, era lo que había aprendido desde la niñez, lo tenía tan arraigado que recuerdo llorar noches enteras por perder mi sueño, muchas veces pensé en volver por él, pero había lanzado con tanta fuerza esa roca que probablemente encontrarla sería imposible. 

No fue hasta que un día decidí que estaba bien tener sueños distintos a los de las demás personas. Mi sueño podía ser una simple roca, pero era mía y me animaría a seguir adelante e incluso si todo resultaba bien, me ayudaría a soñar más. 

Corrí al maravilloso valle, encontrando cientos de piedras a la orilla del lago, sobre el pasto, a las orillas de las montañas, me desanimaba el tener tantas piedras preciosas a mi alcance, pero ninguna de ellas se parecía a mi roca. Me corté con varias de ellas, me lastimaron las palmas de las manos e incluso me quemaron. Lágrimas de frustración brotaban de mis ojos cada que creía haberla encontrado, solo para darme cuenta de que me había equivocado. 

Es así como había llegado a la orilla del lago, pensando que había sido tan tonto de mi parte imaginar que no desearía soñar otra vez. Aún con la mirada perdida vi a la corriente arrastrando una roca; con mis lastimadas manos la atrapé. Era mi sueño. Se veía más brillante. Entonces me di cuenta de que sin importar cuánto lo buscara, al final mi sueño me encontraría a mí. 

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