Amapola y Violeta

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—Lo he encontrado en el andén —dice Amapola. Mira a Violeta de pie ante la ventana, acaricia los mechones de su propio pelo e inclina la cabeza, mirando a sus espaldas.

—¿Cómo es? —pregunta ella.

Amapola, de cabello castaño y silencios pausados, mantiene su postura.

Ambas mantienen distancia como flores arrancadas de un mismo césped, y ahora aguardan en floreros distintos. 

Violeta permanece indiferente, analizando cada movimiento que pudiese captar de Amapola, veía en ella cómo compartía su tiempo con él como si respiraran simultáneamente, sabía que no podía ser mejor que ese alguien, porque sería capaz de volver a él si fuese posible, pero quería convencerse de que Amapola regresaría a ella cuando todo aquello llegase a su fin.

—Me he perdido tres veces en la misma estación, en meses y horarios distintos, incluso estuve ebria alguna vez —exclamó Amapola.

Miró hacia Violeta, notando la humedad en sus ojos bajo el rayo de sol que atravesaba la ventana, cayendo cruelmente sobre sus mejillas y su pecho.

—Me lo he encontrado en aquellas y otras ocasiones —prosiguió—, distraído y despreocupado entre la gente. Ha besado mis manos con su aliento y cubierto mis hombros del viento.

—No me has dicho cómo es.

—Diferente a ti.

Violeta miró sobre su hombro con desdén.

El gato subió a las piernas de Amapola y se acurrucó al sentir la delgadez de sus manos sobre el lomo; descansó en la paz de no lidiar con la humanidad de las dos flores que se espinaban entre sí.

—Entonces, ¿a dónde quieres llegar?

—No sé en qué dirección íbamos, pasamos una estación y desperdiciamos otra, por casualidad pudo haber sido adrede. El tiempo nos empujaba entre el gentío de la hora.

Violeta acariciaba su cuello con el filo de sus uñas, alargadas con el tiempo en que ha sido olvidada y observaba impasible a su alrededor.

Tenía la última esperanza de acercarse de nuevo a la flor que más ha amado del jardín.

Caminó hacia ella, acercó su rostro y, poco antes del choque de sus alientos, posó sus manos a los costados de las caderas de Amapola.

—He esperado por ti, viéndote pasar a través de los días y encontrando detalles que me obligarían a odiarte, sin embargo, cada día me sorprendes más, y es una pena.

—Pero él espera por mí —la miró rogándole por su propia libertad—. Debo encontrarlo tras la puerta e ir tras él, no sé qué esperas de mí y no puedo ofrecerte lo que quieres recibir, porque me quieres a mí.

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