¿Aún queda tiempo?

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Las cosas que no hacemos nos persiguen como fantasmas en pena, sus caras son familiares y a la vez extrañas. Divagan en el purgatorio de las posibilidades ausentes. Viven como recuerdos pero son falsas nostalgias. Como diría Heidegger, en una posibilidad siempre caben millones de posibilidades, aunque en cada una de ellas exista la posibilidad de morir. Aquello es una angustia pero da sentido a nuestra existencia, saber o tener certeza de que algo puede concretarse. Todo lo contrario sucede con las cosas que no hacemos ya que creamos inefables e infinitas posibilidades siempre muertas, siempre en el plano de lo irreal, lo desechable o lo nulo.

    Es una locura pensar en las cosas que no hacemos, no hicimos o no haremos.

    El tormento de las cosas que no hacemos y quisimos hacer se vuelve mortificante cuando nos comparamos con alguien que sí hizo aquellos planes, sueños o metas. Mucho tiempo me comparé con Verónica, ella terminó la carrera de música y viajó por todo el mundo compartiendo su arte. Yo, por el contrario, renuncié a la música al cumplir dieciocho años, hui de casa y me interné en un trabajo de oficina para sobrevivir. Verónica y yo teníamos las mismas cosas por hacer cuando éramos niñas, teníamos el mismo talento, el mismo entusiasmo, la misma inocencia, pero ¿qué diferencia fue la que nos llevó por tan diferentes caminos? La respuesta es más que obvia: las cosas que no hice. 

   Es tan fácil juzgar y juzgarnos por las cosas que no hacemos pero es tan difícil tomar el aliento de los “hubiera” en las manos. Últimamente las personas nos consolamos pensando que hay universos paralelos donde se encuentran las líneas del tiempo de las cosas que no hicimos, otra dimensión con otro yo exitoso, otro yo sin miedos, otro yo millonario, otro yo. 

   Por lo tanto hay una versión mía que tuvo el valor de denunciar al padre de Verónica por abuso, el famoso maestro de música que hacía el favor de darle clases gratuitas a la amiga de su hija para aprovecharse de ella durante muchos años. En esa versión tuve el valor de acercarme a mis padres y no odiarlos en silencio por no protegerme, en esa versión no hui de casa para escapar de lo que no dije y no hice.

   No todo es tan fatal, el paso de los años nos abre los ojos y caemos en cuenta de que muchas de las cosas que no hacemos, tenemos la posibilidad de hacerlas más tarde, mientras seamos seres de tiempo la posibilidad de hacerlas no se agota hasta nuestra muerte.

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