Breve aproximación a las cosas que no hacemos

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Antes de empezar ya estoy llorando.

Las cosas que no hacemos me trastocan, conozco el sentimiento de sobra: la vieja y triste sensación de siempre. Hablar de las cosas que no hacemos es hablar de los sitios donde no vivimos, la tarea que no terminamos, los lugares que aún no visitamos y la gente que no nos amó. Las cosas que no hacemos son las deudas que aún no liquidamos y los poemas que continúan a la espera de nuestra determinación para acabarlos.

Diario sueño con el futuro que no he vivido y extraño el pasado que no sucedió, aquí no hay tiempo para el presente —¿acaso existe el presente si se convierte en pasado de manera imperceptible e instantánea?—.

Vivir es insufriblemente pesado, pero hoy desperté fresca y más joven que ayer. Cristina Peri Rossi dice que solo los no nacidos y los insensatos son felices sin temor a lo que sigue. Si Cristina tiene razón y ser feliz —por las cosas que no hacemos— tiene factura, estoy dispuesta a pagarla. Porque ser insensata también tiene sus encantos.

Todos los días son una batalla contra el tiempo. No hay tiempo para disfrutar el tiempo libre y estamos gravemente lastimadas por la idea de productividad. Esa que no permite ver la lluvia llover y encontrar otras posibilidades para reivindicar las cosas que no hacemos. Que no da pie a ir despacio y conmoverse por el mero hecho de estar viva.

Hoy hago a un lado mi tristeza, compañera de toda la vida, y fingiré que el día no pasa. No quiero hacer nada más y no importa si hay mucho qué hacer. 

Agradezco a las cosas que no hice y me han llevado hasta aquí: la primera licenciatura que no acabé, los besos que no he dado y las tareas que aún no hago por escribir este texto.

Gracias a los senderos que he recorrido y a los que no recorrí para llegar a lo que describe Julieta Venegas cuando canta: “Caminé este camino, me encontré con su brillo. Esa es una verdad que en mí siempre vivirá”.

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