
En esta celda que parece no tener salida, encuentro una hoja en blanco que me implora escribir, el tema es libre, bien puedo convertirla en un poemario, un diario, quizás una antología de cuentos, pero elijo redactar un contestario ante lo absurdo, ante las reglas que me incomodan, como aquella vez que nos prohibieron tener libros en nuestras habitaciones.
Todo sucedió una mañana, veía a través de la ventana lo que los pájaros han trabajado por días: un nido bien hecho. Sigo el vuelo de las aves con la mirada, entiendo su felicidad, son libres y pueden ir hacia donde ellas lo deseen. Alguien interrumpe bruscamente mis pensamientos, es nuevamente él, el hombre de negro, su sombra oscurece la luz de la ventana, nos dice que de ahora en adelante queda prohibido tener libros en los dormitorios por cuestiones de orden. Le di la razón porque los libros no siguen el orden de los hombres como él, los libros son peligrosos y saben agitar la calma. Todos en el dormitorio nos vemos sorprendidos, muecas de resignación se dibujan en los rostros de mis compañeros, excepto en uno de ellos, éste sonríe y abraza su guitarra. Poco después me cuenta que guardará libros adentro de su guitarra.
Cumple con su plan, cada día su guitarra me abastece un libro, y si él está de buen humor toca algo para mí, de lo contrario tomo el libro y soy feliz. Empiezan los momentos donde vivo la libertad en su máxima expresión.
Días después me entero de que han venido a retener la guitarra,
alguien nos ha descubierto…
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