El mundo que hemos creado

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Son las 4:00 am, mi cuerpo quisiera seguir descansando, sin embargo, debo levantarme para ir la escuela y en un futuro graduarme y poder trabajar en algo que ame. 

Me levanto, trato de vestirme mientras intento poner en orden mis ideas, desayunaré y tomaré mi mochila: pienso. 

5:00 am, salgo a la calle para tomar el camión hacia metro Pantitlán. Vivo en la avenida, solo debo cruzarla para tomar mi transporte, sin embargo, siempre me cuido de aquellos que no tuvieron padres, educación o no les enseñaron buenos valores. Quiero llegar y regresar de la universidad con bien. Me pregunto, ¿qué pasaría si a ellos les hubiera tocado otra vida?  

5:05 am, tomo la combi, de los 30 lugares aún somos la mitad, se escucha el sonido de la música del chofer, los pasajeros van en silencio tratando de poder descansar un poco más bajo la luz neón azul. El chofer nos lleva rápido, pareciera que no ve algunos topes y al subir o bajar a la gente no se detiene por completo. Nadie dice nada.

Llego a Metro Pantitlán, camino, hace frío, todos tienen prisa, algunos van de mal humor y otros cuentan con cuidado las monedas que utilizarán para comprar un boleto o recargar la tarjeta. Entre ellos, veo personas mayores cargando bolsas pesadas, la gente los empuja para entrar.

Viajo en el metro, algunas personas mayores están de pie, algunas mujeres jóvenes están sentadas maquillándose o revisando sus mensajes en su celular, algunas otras aprovechan sus cuerpos, su peso y estatura para poder entrar o salir de entre las mujeres mayores o de menos complexión. Me alejo de ellas, pueden sacarme o dejarme adentro del vagón o hacerme daño si no me quito de su paso. 

6:05 am, estoy por fin en la estación de Centro Médico hacia Universidad, el metro está lleno, no consigo entrar hasta que llega el tercero, aún estoy a tiempo, sin embargo, el metro se detiene algunos minutos en la estación de Copilco. Suspiro. Al llegar a Universidad corro para llegar a mi primera clase, subo la rampa de la Facultad de Ciencias Políticas preguntándome aún si no me equivoqué de carrera y por qué estoy aquí caminando deprisa mientras se corta mi respiración. En el salón 305 es mi primera clase, al llegar ya no puedo pasar, el profesor cierra la puerta a las 7:05 y son las 7:15. 

Me voy del aula resignada, pienso: si tan solo pudiéramos ver con los ojos del otro, entenderíamos mejor el mundo en que vivimos, y nuestras acciones serían coherentes, en lugar de ser ambiguas, dispersas y sin sentido.

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