En blanco

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¿Alguna vez has tenido una batalla contra una página en blanco? ¿Te has enfrentado a la falta de palabras? ¿Recuerdas la última vez que pudiste escribir tu nombre y decir “yo lo hice”?

Una vez me dijeron que “cada paso que daba era una decisión tomada”, pongo mala cara por cuánto me molesta lo simple que eso suena. ¡Vaya! Como si la vida fuera un simple caminar, cuando en realidad se trata de una aventura, de soñar y en ocasiones caer.

Prefiero pensar que es como escribir, crear algo a veces de la nada. Y no te espantes al pensar que debes escribir una novela entera o las sagas como las que te fascina leer; es decir, quien lo consiga ¡qué persona tan afortunada! Ojalá pudiéramos tener tanta suerte. Tal vez, si te lo propones de verdad y aceptas ese desafío, si lo quieres con tu corazón, sí lo consigas; quién sabe.

Pero regresando al punto.

Piensa en una hoja, ya sabes: con sus bordes marcando un límite, pero un revés que te da una segunda oportunidad. Es un espacio en blanco que te permite hacer en él lo que quieras y como tú quieras; y sabes que no necesitas todos los artículos de papelería y arte para hacer algo grandioso, hermoso, único. Tan solo tu trazo auténtico y libre.

Aunque hagas muecas, lo sabes. Sabes que tengo razón. Así que, ¡reacciona!

¡Enfréntate a la vida que se extiende ante ti como esa infinita hoja en blanco! Atrévete a usar más que palabras para llenarla, y, lo más importante, ten la libertad de escribir tu nombre tantas veces como desees.

P.D.: Si una hoja en blanco no te es suficiente, entonces arriésgate a utilizar tantas como necesites.

Con cariño, …

Se me llenan los ojos de lágrimas al releer las palabras quizá por milésima vez, palabras que hace tiempo pensé en tirar a la basura, destrozarlas o quemarlas, pero hoy, aquí están en mis manos. La sonrisa en mi rostro contiene las palabras que esperan salir, ansiosas por alcanzar en un abrazo a esa mano inexperta, inocente y llena de ilusiones.

Veo la firma de la carta sabiendo qué nombre encontraré y la primera lágrima salpica la hoja. No me siento capaz de desechar el papel gastado, aunque seguramente el viento hará su trabajo para que los restos de la tinta se mantengan a mi alrededor.

Al levantar la vista, encuentro ese mismo nombre por todas partes, y más allá un gran espacio en blanco que me invita a seguir usando más que palabras para escribir mi nombre.

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