Cuando leí Diablo Guardián, de Xavier Velasco, hace más de una década, me impactó mucho la escena en la que Violeta finge su muerte frente a su familia. En ese entonces, no podía concebir cómo es que alguien pudiese fingir su muerte frente a personas que son cercanas. Sin embargo, con el paso del tiempo, esa imagen la llevo constantemente, no puedo dejar de pensar que si finjo mi muerte dejaría de tener compromisos que tengo en este momento de mi vida.
Por ejemplo, todos los días tengo la idea de renunciar a mi trabajo, o dejar de hacer todas las cosas que, de cierta forma, me provocan malestar como el desayuno, el lunch, lavar los trastes o cuidar de mí y de mi vida. Y siempre tengo en la mente querer dejarlo todo, abandonar todo lo que soy y lo que hago; abandonarme a las cosas que quiero hacer y que no puedo hacer cotidianamente.
No puedo dejar de plantearme que, si fingiera mi muerte, podría irme a vivir a la playa, al sur y poner un puesto de frutas; seguir mis sueños de la infancia que son cada vez más lejanos; hacer ejercicio y sentir mi cuerpo sudado otra vez, o sencillamente ser amable conmigo misma, ser paciente conmigo y con los demás. Sentarme a respirar y a ser consciente de que estoy viva, y que respiro todo el tiempo. A dormir y descansar lo suficiente para que al otro día no sienta que me estoy muriendo de cansancio; hacer nuevos vínculos y aprender a relacionarme con ellos de otras formas. Reaprender a vivir y disfrutar las cosas que me rodean; ir lento y volver a tener esperanza. Pensar menos y decir te quiero con mayor frecuencia. Leer lo necesario y escribir por placer. Sentarme a hacer y sentir todas las cosas que me aterran y que me dijeron, reiterativamente, que no podía hacer, pero que mi nuevo yo, sin vínculos obligatorios, podría hacer.
Ojalá algún día tenga el valor de fingir mi muerte, que los que me amaron, y yo amé, celebren o maldigan mi existencia, pero en esa muerte fingida, volver a ser yo.
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