Manifiesto

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Si escribo es porque quiero y porque se me da la gana.

Tarareo coplas,

invento cornicabras.

Redacto altiva,

gozosa,

en ocasiones, con recelo.

Me gusta pensar que mis ideas habitan a otra persona.

Las configuro a mi modo,

las volteo,

me gusta someterlas al hastío.

Invento, imagino,

intento gritar en el silencio de las comas,

liberarme en la fuerza de los acentos, de las tildes,

llegar a los ojos del curioso,

resonar en la frente del cautivo.

Escribo hace poco,

a tientas,

con el miedo de no llegar a ningún lado.

Con la incertidumbre latente de que mis versos no quieran ser recibidos,

tomados,

estirados hasta que revienten.

Pero no importa,

se quedarán dentro

me consumirán la vida,

sus fonemas evaporarán como cuchillitos mis entrañas,

no quedará más que un leve viento

de olor ceniza.

¿Qué hacer con lo que se tiene dentro?

¿Cómo sacarse las ganas de decir y hacer hasta quedar despojado?

Habrá que construir un puente,

calzarlo,

impregnar sobre su madera el sonido los ausentes,

hablarles a las ideas,

exigir que ya no vengan a molestar el ansia,

que de una vez por todas

permitan descansar el vibrar de la vorágine.

Habrá que hacer eso,

clamar al llanto,

despertar a los muertos

y hablar su lenguaje,

contarles en versos lo que sus ojos ignoran,

traducirles a alfabeto los suspiros de la vida

para decirles que sí,

que seguiremos escribiendo,

para nosotros mismos,

para ellos,

para otros,

para quien guste y no,

de aquí hasta mañana,

de aquí hasta pasado,

de aquí hasta que todos habitemos la nada,

el mismo tiempo

y, a la vez,

ninguno.

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