No reacciono

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No reacciono cuando me hierve la sangre, se me rompe el corazón o el peso de la realidad cae de lleno sobre mis hombros. No reacciono, aunque se me claven las uñas en las palmas de las manos, aunque me estrangule el nudo en la garganta, ni aunque la presión en el pecho me impida respirar. Sin importar que el caos reine en mi interior, no reacciono; esculpo una sonrisa, río con mis semejantes y cumplo a la perfección con mis obligaciones. 

Miro a los demás desquitándose unos con otros, sumiéndose en los vicios de las pasiones y culpando a la suerte, los dioses y al destino por las consecuencias de sus propios actos. Los miro y pienso en lo mucho que me gustaría ser así a veces, golpear un muro cuando me invade la ira, gritar, maldecir y herir a quien sea que se atraviese en mi camino; sacarme el peso de la libertad y simplemente dejarme arrastrar por la corriente. 

Pero me rehúso a ignorar al mundo a mi alrededor y fingir que nada malo pasa. Ocurrirán cosas que me rompan el corazón, que hagan que me hierva la sangre y que me dificulten respirar, y aunque no sean las sensaciones más placenteras, quiero sentirlas; la mandíbula tensa, las lágrimas surcando mi rostro y la falta de aire. Porque en este mundo que nos convierte en máquinas yo quiero ser humana. Dejar de ocultar mis emociones detrás de una sonrisa, alzar la voz cuando algo me molesta, negarme a los favores que no quiero hacer, permitirles a las lágrimas caer aunque esté a mitad de la calle y tomarme un momento para cerrar los ojos y respirar profundo cuando he llegado a mi límite. Quiero deshacerme de esa máscara que llegó un día y nunca se fue, de aquella en la que he ocultado tan bien mis sentimientos que a veces ni yo misma puedo encontrarlos, de la que me llevó a creer que las emociones me hacían débil y me esclavizó obligándome a no reaccionar para no sentir.

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