Velas

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Esta noche encendí las velas, acomodé todas mis cosas en la habitación y armonicé mi respiración para que al cerrar los ojos todo estuviera listo.

Entonces recordé.

Aquel atardecer sosteniendo su mano; mirar el cielo estrellado para amanecer con el rocío sobre los labios.

Una suave melodía que aceleraba el ritmo, al tiempo que las luces centelleaban alrededor de cuerpos vibrantes inmersos en una corriente que invitaba a dejarse llevar.

El aroma del café acompañado de miles de palabras, escritas y dichas, e imágenes, en movimiento y estáticas, que me transportaban más allá de la ciudad en la que me encontraba.

Conducir por la carretera sin rumbo fijo con el sol en lo alto, deteniéndome solo por momentos para descubrir sorpresas que prometían aventuras.

Recuerdo tras recuerdo, ilusión tras ilusión.

Sentí una lágrima melancólica sobre mi mejilla y supe que estaba lista. Fue más pronto, más fácil que otras ocasiones, lo había logrado.

Tragué el nudo que se había formado en mi garganta mientras me aferraba a aquellas experiencias con los puños apretados. ¿Cuánto tiempo llevaban vívidas en mi mente? ¿Unos días? ¿Cuánto tiempo más en mi imaginación? ¿Un año? ¿Y cuántos más en mis sueños? El tiempo nos pasaba encima y, aun así, cada imagen, sonido, sabor… todo parecía más real que lo que estaba a mi alrededor.

Abrí los ojos y conté: uno… dos… tres. Soplé sobre las ya moribundas velas.

Dejé que las telas frías de la cama me envolvieran, chocando con la calidez de aquellas brillantes sensaciones que me embriagaban.

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