A quien corresponda:

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Me hechiza ver las flores de colores, los climas enmarcando perfectamente la existencia, ver la luz traspasar un vaso con agua, la música incrustándose en la sangre, puede que sea poco, pero son cápsulas de dopamina, oxitocina, serotonina y endorfina. Es reconfortante. No tengo idea de qué pase dentro, pero de vez en cuando, a pesar del vacío venidero, me permito esas cápsulas.

El vacío no sienta bien a mis ojos (los hincha), ni a mi piel (la deja reseca). Luego, a pesar de que no hay nada, hay una rara lista que debo cumplir: despertar, ordenar, lavar, limpiar, ese tipo de cosas. Y debo recordar que tengo cuerpo humano. ¿Por qué lo hago?

Cuando descanso es divertido adivinar cuánto lo voy a hacer, ¿será equivalente a mi esfuerzo o descansaré de más? No importa mientras pueda suspirar y sentir cómo respira el corazón a mi lado.

En los días que respiro suelo recordar ese corazón que me acompañaba; todo el tiempo me entregaba su alma y yo hacía lo que podía para mantenerla, aunque realmente no sabía lo que hacía. Si tan solo pudiera volver a cuidar su respiración, hacerlo bien. Solo sabía mirar sus ojos, respirar su olor, aferrar mi alma a su vida, tratar de grabarme su presencia en la mente. Su existencia, su ser, iba más allá de la vida y la muerte. Solo su respirar era un hermoso día, su presencia daba vitalidad a mi vida y su existencia, su existencia completa, sublime ser, era el aliento de mi alma.

Cuando partió sin retorno, entendí que mis días entraron en una cuenta regresiva, una extraña cuenta que he mantenido sin que llegue a cero, no sé cómo y mucho menos por qué, solo manteniendo la cuenta lejos del cero. ¿Cómo hacerlo sabiendo que no supe cuidar mi aliento de vida? No hay remedio para la culpa que no sé explicar.

Un día, de nuevo había una sensación ligera, los colores existían, las conversaciones fluían, los árboles sonando eran un alivio, incluso la música resonaba profundo, la luz volvía a traspasar vasos, la comida tenía sabor y dormir era descansar. Otro día llegó y se iba tranquilo como el día ligero, pero sin aviso estaba ahí, a salud de mi poca voluntad de vivir, tomando un último brindis de vida, a un trago de Muerte.

Mi vista se perdió entre luces. No tuve a quién decirle que por las noches mi propio aliento me destrozaba. No quiero despertar, quiero quedarme entre los sueños. Ni siquiera tenía a quién mentirle. Supongo que hice lo correcto.

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