
(Memorias de una flor seca)
No recuerdo cuándo fue la última vez que pude sentir algo verdadero, pleno y sustancioso, el sol acariciándome sutilmente, casi como un abrazo divino y celestial.
Mis recuerdos se limitan a aquella ventana grande y empolvada, en donde el mundo solía resumirse en una sola imagen, un par de árboles verdes y frondosos, el cielo tan dinámico siempre en movimiento compartiendo el espacio con el sol, la luna, las nubes, pájaros, aviones, papalotes. Jamás me aburrí. Un espacio en el que existía, en ese rincón del universo; el regalo fue cada una de esas maravillas, nunca pude dejar de sentir admiración por los recursos básicos que me alimentaban, no necesite más y a pesar de mi corta existencia, tuve la oportunidad de dejar una huella en este mundo, las semillas para un futuro mejor.