Ciudad distante

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a Guadalajara

 

Esperando encontrarme a mí, decidí visitarte. A mi llegada recibí lo mejor de ti, la vista más majestuosa que pudieran apreciar mis ojos: un templo imponente neogótico que se alzaba ante la curiosa vista de turistas, incluida yo, calles coloniales que guardaban historias, besos perdidos, caminantes pensativos, y ella, la chica de la risa infinita; una taquería colorida en la esquina del templo donde las conversaciones se perdían con el bullicio de los autos.

Solo una vez te vi llover, parecías forzar a llorar y lo hiciste pausadamente, fue algo efímero que se borró tan pronto volviste con el sol tan abrumador que me sofocaba en ocasiones, sin embargo, eso no me impidió apreciar lo brillante de los colores que se alzaban por las azoteas de algunas casas con techos altos.

Me recibiste en una de las hermosas casas antiguas que se plasmaron en muchas de las postales con tu nombre, una casa con un amplio comedor, flores y macetas por cada esquina resultado de las manos inquietas y artísticas de ella, la joven de abundante cabello, reservada y de una seriedad indescifrable. Ella sabía en qué momento y a quién obsequiar su compañía. Con ella vino la chica de quien había observado su particular risa, algo contagiosa, algo escandalosa pero sincera, juntas nos acompañamos las risas y los silencios; con ellas, vinieron amistades, paseos, y el olvido.

Te volví a visitar. Junto con el tiempo se marchó mucho de ti y de mí, y me cuestioné cuál de los dos había cambiado. El templo era el mismo, la taquería se había esfumado y yo desconocía su destino, pero los colores de sus paredes seguían allí, algo desgastados por el tiempo.

Del reencuentro añoraba mucho, en mi mente dibujé (o desdibujé) el momento, error mío el de extrañar. Noté que ya solo quedaba el recuerdo plasmado en una fotografía, el olvido de los amigos. Descubrí con nostalgia que la sonrisa de ella no era infinita como había pensado (¿o soñado?) yo. El café se enfriaba porque nadie tenía tiempo de venir a tomarlo junto a mí, la misma canción sonaba en el mismo bar, tal vez solo eso era igual, y allí estaba yo, intentando encontrarte idéntica,  hallar ese espacio que se había inmortalizado en mi recuerdo de la misma forma y con el mismo sentimiento, pero, pese a que ese sentimiento cambió como consecuencia de tu extraño olvido hacia mí, tengo la certeza de que cuando la bruma blanca de los años se asome a mi ventana, serás el mejor recuerdo de mi juventud, serás el lugar donde la vida ardió con fervor.

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