El camino a la media noche

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Era un hermoso día con el cielo despejado. El sol cubría con su ardor los rostros que, gota a gota de labor forzada, llenaban los campos agrícolas. Metal chocando con lo natural, chispas y sangre se postraban en el camino. Evolución acelerada sin comprensión del daño, el humo nos hacía tan felices, lo mucho que era en tan poco tiempo, comparado con un cigarrillo y un café por la mañana, así como la seda limpiaba las migajas para los mendigos.

Y si te dijera que las joyas de los terratenientes nunca dejaron de brillar y que con esa misma seda limpiaban su sangre opacada por el tiempo. Normativo el daño y sufrimiento detrás de un rostro “feliz”, eso nunca dejó de ser una tendencia.

Se prometía un futuro con esperanza e innovación, pero solo infundía terror en las manos curtidas de aquellos trabajadores que eran conscientes de lo que se avecinaba.

Sin ser los únicos, la tierra rugía desde sus adentros. Lentamente parecía aquella que en su seno nos acogía. Tanto cariño emanaba de ella pero en silencio no podía permanecer, la enfermedad tenía que disminuir. Muchas advertencias y muy pocos oídos dispuestos a escuchar. Había oportunidad, pero los dispuestos no eran suficientes. A muerte lenta el reloj corría con su tic tac. La confianza era tanta que se ignoraba el problema para desaparecerlo. Pero ahora estamos aquí y ya no hay marcha atrás.

Ha sido un hermoso día, pero se cierne la media noche, se cierne nuestra vida.

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