
He recorrido muchas calles y avenidas en la Ciudad de México. Por algunas siento mayor aprecio pues solía frecuentarlas. Ahora tengo menos tiempo para caminar frente al hotel Regis y el teatro Arbeu. Camino utilizando memorias. La mayoría del tiempo vago por ciudades literarias, donde he conocido muchas personas.
Un día conocí a un hombre, por respeto a su privacidad no diré su nombre. Cuando nos encontramos yo caminaba por una librería en Ciudad Universitaria, él estaba ahí entre mujeres y hombres de diferentes tiempos. Decidí acercarme a él y salimos del lugar. Era la primera vez que recorría la ciudad con un extraño. El primer sitio que visitamos fue un lugar de descanso perpetuo en la colonia Buenos Aires. Fuimos a ver a su hermano. Me platicó de él y su gran habilidad con el violín, pude ver cuánto lo admiraba.
No supe de él en una semana, lo último que me dijo fue que tenía problemas con viejos colegas que querían destruir su carrera. Ese día me inquietó mucho, nos encontrábamos cenando algo en El Capri, parecía distante, sacó su máquina de escribir, siempre estaba escribiendo.
Con el tiempo retomamos nuestro andar, fuimos a la Facultad de Filosofía y Letras. Mientras atravesábamos las islas me platicó que llevaba varios días reuniéndose con jóvenes inconformes, al parecer planeaban hacer algo con esa inconformidad, nada extraño viniendo de él. Días después un suceso azotó la ciudad. Cuando nos vimos ninguno dijo nada, las palabras corrieron sobre las tres culturas. Desde aquella mañana de octubre los andares no fueron los mismos.
En 1971 las reuniones eran textos donde me decía que ese palacio ubicado en la avenida Ingeniero Eduardo Molina, donde llevaba dos años recluido, le dio oportunidad de escribir sin cesar. Cuando supe que había salido me reuní con él, quería saber en qué había utilizado la beca del gobierno. Mientras caminábamos por la avenida Insurgentes, me hablaba de El Apando, texto que nació en esos muros negros donde convivió con las personas liberadas en esas páginas.
El camarada se fue a su ausencia más larga sin retorno. La ciudad fue su refugio. Después de su partida se refugia en aquellos que lo redescubren y redescubrirán, con quienes, como lo hizo conmigo, recorrerán la ciudad oculta. Aquel militante se quedará en mí hasta que yo deje mi cuartel. Soy una refugiada en el cuartel de mi vida, igual que él, un día iré en busca de otro, no sé cómo será, pero será diferente. Tal vez él esté allá.