El inicio de la vida

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Venía del trabajo. Compró tres piezas de bolillo, y en el regreso, sobre su nariz reposaba como hormigueo el aroma de la carnicería. Antes de pasar enfrente, en su oreja una pulga le decía: «¿Qué son unos bisteces? Para que tu madre y tu hermano coman bien», frase que lo inspiró. Cuando llegó a la esquina del local, se metió y pidió medio kilo de bisteces. Lo miró, ojo a ojo, y al intercambiar la bolsa de carne, su hocico le arrebató la bolsa. Corriendo, escapó del lugar. Era tarde para el carnicero, pues el perro se fue tan rápido que cuando salió a buscarlo, el mentado pordiosero no se veía por ningún lado.

No sintió la distancia recorrida a cuatro patas, pero se le cayó un pan. En casa, arrimó dos bolillos y el medio kilo de bisteces a la mesa.

—¿Y el otro? —preguntó su madre.

—Se me cayó.

—¡No es cierto, ma! —reclamaba enojado su hermano—. ¿No ves que en la mañana no me quiso dar de su leche?

 Su madre, indignada, le dirigió la mirada y le ladró.

—¿Por qué no quisiste darle leche a tu hermano? Igualito a tu padre, malagradecido lame cazuelas.

—Eso es mentira, madre. Ni había leche.

—¿Pues cómo iba a haber leche si te acabaste toda? —indignada, aún más, con su hijo.

—Así es, ma. Por eso nos trajo medio kilo de bisteces, seguro se comió la otra mitad él solo para darnos sus migajas.

—¿Cuáles migajas? Si trabajo y les doy todo, y cuando falta, robo para que podamos comer —sentido por el menosprecio.

—Míralo, aparte de envidioso, mentiroso. ¿Cómo te vas a robar solo medio kilo de bistecs?, ¿tan poco valemos el pobre de tu hermano y yo?

—¿Pues cómo le voy a robar un kilo a Don José, má? —desesperado por el escepticismo de su familia—. Nadie le compra al viejo, no le alcanza para mantener a sus hijos. No lo hago por gusto ni por egoísta, y está mal y que San Judas me perdone, pero madre, si no, ¿qué vamos a comer? —ya gritando ante la frustrante situación—. Mi hermano se la pasa con los otros perros en las praderas, y tú y yo trabajando. Somos nosotros quienes hacemos nuestras cosas, y él no hace nada, ¿por qué siempre me reclamas a mí?

—¡Cállate, no me grites!

—¡Pues solo así me escuchas! —aún más desesperado.

—¡Bájale con mi jefa, canijo!

—¡Ven a bajarme!

Al exclamar lo dicho, se pelearon los dos hermanos. Su madre, progenitora de su hermano, aprovechó para morderlo junto a su hijo, hasta correrlo de su casa. El tipo, deprimido, vagó hasta las vías. De fondo, un sonido que lo incitaba a ponerse frente al tren cuando pasara. Ya cercana la locomotora, en la orilla, su mirada fija y su cola sobre las piedras alertaron al Cremas, que paseaba con los demás. Fue a sentarse a su lado.

—Iba a hacer una tontería —le dijo.

—¿Qué?confundido.

—¿Qué entiendes por tontería?

—No pues, está feo.

—¿Qué se le puede hacer?

 Y sin más, se levantaron para irse.

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