Era un hermoso día

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Era un hermoso día y no, no había sol, no estaban los pájaros ni mucho menos cantaban, las flores tampoco se movían al compás del aire. Realmente para la percepción de muchos era un día gris, frío y con un cielo lluvioso.

 Sin embargo, en las profundidades de la tierra había una semillita esperando germinar y florecer, sin embargo, nada lo propiciaba. Lo que para muchos era sinónimo de un mal día, para la semillita era una oportunidad, una de oro, la posibilidad de vivir, de crecer.

 Pasaron los días, las condiciones no cambiaban, la semillita sabía que arriba existían un sin fin de maravillas por contemplar, por eso mismo se esforzaba por esquivar la tierra, para poder salir. Cuando sentía que ya no podía esforzarse más, comenzaba a cuestionarse si valía la pena intentar una vez más. A ciencia cierta, no tenía la certeza de que le esperaba, ¿habría luz?, ¿habría animales?, o, todo lo contrario, ¿sería sombrío?, ¿sería melancólico?

 La semillita estaba invadida de miedo, pero tomó fuerza y lo logró: brotó. La semillita se percató de que ahora era una flor, enorme, con unos pétalos brillantes, y lo que vio, la deslumbró, era mil veces mejor de lo que ella misma pudo imaginar. Fue así como la semilla, ahora flor, entendió que después de todo el dolor que vivió con su proceso, llegó a la gloria y pudo cambiar su percepción.

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