Esta carta es sólo para decirte…

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Aquí estoy con vida, pero con un corazón agonizante, lo que alguna vez fue dador de amor e idolatría hoy sólo comprende la humillante y aberrante derrota provocada por mis innegables errores.

 Estoy flotando entre lágrimas y sangre. Juré no volver, no buscarte en ninguna sombra ni en ningún poema de desamor. Rogué a la vida tenerte, cuidarte y acompañarte en el que fuera el camino que marcaran tus pasos.

 A tu fría indiferencia y a tu escueta pasión yo correspondí con el candor de mi corazón, tal fue la debilidad de mi egoísmo que dejé que abrieras tus alas, con la única intención de que eligieras el rumbo de tu vuelo, deseosa de que eligieras mi nido, fui testigo de tu aterrizaje en otro lecho.

 Hoy comprendo que para ti la indicada no soy yo, que, aunque dejé en ti mi ternura, mi frenesí y mi candor, dejarte ir fue mi único acierto dentro de este error.

 Ambos tomaremos rutas completamente distantes, mi único anhelo para ti es que en ella o en algún otro ser encuentres un amor como el que yo te ofrecí. Mi único anhelo es poder encontrar quién me amé como yo te amé a ti.

 El esfuerzo que he puesto en bajarte del pedestal que yo misma construí, está dando resultados; aún dueles, aún te pienso, aún haces tambalear mi orgullo, aún siento que perdí una parte de mi vida, pero también soy consciente de que el sol no ha dejado de brillar, que las gardenias siguen desprendiendo su aroma, que mi libro preferido sigue teniendo el mismo final, que las aves siguen cantando por las mañanas, que el café me sigue ayudando a despertar y que el agua fría de la ducha sigue dándome alegría.

Esto es sólo para decirte que, aunque todavía no me río de tu recuerdo y aunque dudo que me olvides, estoy convencida de que podré asimilar tu partida.

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