“Hoy fue un hermoso día”

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Dije no suficientes veces. Así, pasé inadvertido al niño que creció durante diez años en la casa de al lado, del cual supe de su partida cuando dejó de lloriquear; nunca escuché su risa. Tampoco aprendí más de dos idiomas, y quizá por eso no conocí a ningún dios ni gocé de los dolce far niente. Callé las voces que nombraban bello a un cielo que salía todas las noches, y no entendí cuando decías que ya no poníamos juntos la mesa.

Últimamente he visto a los pájaros planear y deseé haberlos visto toda una vida. También, haber alimentado a los mapaches que hurgaban en las noches que maldije frías, o escuchar a las cigarras en las tardes que odié calientes. Comprendí a mi hermano, que todas las mañanas paseaba al perro que nunca dejó de ladrar, porque decía que en el parque ladraba de gusto.

Hoy sólo entendiendo lo que no entendí. Hoy también escuché a las abejas. Me aprendí el nombre del señor que me sirvió el café, y a tres mesas de distancia escuché el llanto de una señora a la que consolé sin saber su nombre. La sorpresa no fue otra sino percatarla. Diferencié el ver del observar, y ahora creo saber por qué yo únicamente caminé mientras tú siempre paseabas.

Esperé tanto ir de vacaciones para nombrar bellos los treinta y siete días que, dicen, te toma cruzar Europa. Alucinaba con ese horizonte hecho de dos azules contrastantes en las costas, y con los prados largos salpicados de margaritas. Negué bastantes veces cuando afirmaban que si supiera apreciar no viviría anhelando un mes.  Al término de ese viaje te dije que ya no me faltaba nada. Partiste.

Tiempo después, mucho, toda una vida, en una tarde en la que paseaba, la prisa de la lluvia nos tomó a todos. En ese entonces ya no cargaba con nada más que con mi cuerpo, y de tan pesado lo abandoné en las calles. Fue la primera vez que me dediqué a observar, y entendí, mamá, cuando decías que las jacarandas bailaban en agosto. Ahí me encontré de pronto, y comencé a hablar mi tercer idioma.

Desde entonces, siempre sorprendo con la maquinaria de las bicicletas y la imaginación bosquejada sobre las nubes. Con los girasoles, que me piden que grite el secreto de por qué han de buscar siempre el sol, que pocos escuchan, aunque esté en el viento. Hoy me sorprendo con lo exacta que fue mi vida; de saber que el querer ya me queda corto, y que el soñar ya me queda grande.

Hoy ya no tengo el tiempo para encontrar bellos los días, pero ya tengo la vida para sentir hermosos los segundos.
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