La antesala

istanbul-168774_1920-thegem-blog-default-2

Para L., que ya no puede enseñarme nada con sus ojos ígneos,

 y para él, que todavía no puede dejar de alucinar su fantasma.

Oranzhev Anael

Las obras de arte son todas —tengamos el atrevimiento de decirlo— siempre lo mismo, no es que nosotros —ustedes que leen, tal vez asintiendo, y yo que lo escribo— hayamos sido los primeros en repasar esa idea (debe tomarse en cuenta que también todas las palabras escritas son cosa de lo mismo y las ideas pensadas… cosa… de lo mismo…), pero hay que tenerlo en mente antes de pensar en el secreto que yo estoy a punto de contar, inexacto y oscurecido por mi percepción humana, como puede esperarse.

Esta obra de arte, que supera a cualquier otra vista por mí o por cualquiera de ustedes, no fue, evidentemente, creada con la intención de apantallar o de ser exhibida en galerías. Esta obra, como es natural, no puede catalogarse en ninguna disciplina. Para este momento de mi descripción puedo esperar que por lo menos alguno de ustedes tenga una idea, suficientemente concreta, de lo que no he nombrado.

Era insólito, no el lugar en el que se llevó a cabo… los lugares: la azotea de una casa, bajo la sombra de un pedazo de lámina, la cajuela de una camioneta negra tapizada de cartones, y el estante de cristal del local más pequeño —me pareció el más pequeño— de la calle 5 oriente —el número 318— junto al agua de pantano de unos peces dorados.

Era insólito, no los materiales que se utilizaron, porque ya no se innova si se pinta con sangre o con otros fluidos salidos del cuerpo, si se esculpen formas diminutas utilizando el pelo que se deja caer al roce —cualquier roce— si se deja un rastro, grande, bien grande, debajo de un cuerpo sangrando en la sombra, o desangrándose en las escaleras o sobre las cajas de cartón que recubren la cajuela de una camioneta negra. Claro, no era innovador tampoco dejar manchas sobre un estante de cristal en donde destacan los medicamentos sucios y el suero.

Era insólita la violencia de la respiración —el estado de shock: la antesala de…— la violencia de los latidos de un corazón demasiado rígido, la violencia de la búsqueda, de los gritos, de los rostros pasmados, “porque ya nadie puede hacer nada”, la violencia de estar de pie, con la mirada atorada en el costado, donde se muestra cuánto duele, cuánto le duele.

Era insólita la violencia de ser espectador y ser actor involuntario de algo que estaba majestuosamente dispuesto por ella, con sus ojos ígneos y su sangre fuera de sitio. Insólita la desesperación y la impotencia. Las acciones últimas, con el material principal, que es la ausencia.

Intentar respirar, pero que todo el aire se fuera, intentar palpitar, pero que toda la sangre se hubiera ido, intentar moverse, pero sólo lograr un espasmo para alejar de su cuerpo lo último. Y su cuerpo soltó la vida, la soltó completa, mientras yo miraba sus ojos de ágata —él su boca, los otros el costado—, de fuego —mirando a la antesala que había habitado ella, sin nosotros— y su pupila, por completo dilatada.

 

 

 

¿Qué es lo que no existe? Existió el suceso, existió la sangre, los dibujos de la sangre, los fluidos fuera de sitio, el pelaje cayéndose, existieron los ojos, como ágatas ígneas, la sangre como ceniza, la transparencia del suero que soltó la boca o que soltaron los pulmones. Existió el dolor. Lo que no existió nunca

fue el arte.

 

29

Dejar un comentario

X