La ciudad es más que las piedras

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Cuando camino por las calles de la colonia casi siempre lo hago velozmente. Aunque no soy del todo consciente de ello, voy de un lado a otro como si alguien me persiguiera, pero el día del hallazgo iba persuadida por otro ritmo que no era mío, sino el de mi acompañante; por su lentitud y su curiosidad con la que mira a los gatos nocturnos que llegamos frente a ella.

En realidad no se trata de una gran ciudad. No tiene todo lo que debería, aunque nada le falte: es una media ciudad o, mejor dicho, una ruptura al interior de otra ciudad. No tiene edificios, no hay autos, mucho menos plazas comerciales ni hay que pagar para poder habitarla.

Esta ciudad tiene el aspecto inocente de las villas que armaba de nena en casa de los abuelos para la navidad. A pesar de que mi hogar era muy pequeño, siempre tenían su lugar a un costado de nuestro árbol. También coincide con el olor a pino por sus árboles protectores. En cambio, las diversas piezas que componen la ciudad no son de plástico ni las sostiene ningún metal; no los necesita porque cada una de sus figuras es de piedra tallada. Una ciudad en miniatura producto de la paciencia y la memoria de las casas antiguas.

Vista desde arriba la ciudad es un semicírculo. Las calles no están iluminadas, pero se pueden observar perfectamente las casas y las secciones a las que pertenecen gracias a las pinceladas de distinto color en los tejados: la zona roja es la más alta y cubre la mayor parte, después prosigue la café, la amarilla y, por último, dos con distintos tonos de azul; la que porta el color más claro es mi favorita porque de sus grietas emergen bugambilias moradas. En el pedregal, las bugambilias y las jacarandas se han resistido a la construcción desmedida.

Al regresar, en cada ocasión encuentro algún detalle: un campanario, una rueda de la fortuna o cruces arriba de las puertas; casas diversas: la única con un gran balcón, las que no tienen puerta y por dentro hay mesas, sillas y marcos de madera; también aquellas que se protegen del ruido a través de mínimas ventanas, las de dos pisos o las que tienen un sótano; caminos que se cruzan y así ninguno se aparta del resto; un lago en donde sé que vive un sapo, pero no lo he descubierto aún.

La llamo mi ciudad y la visito para salirme un poco de esta ciudad. Nunca me he encontrado a otra persona contemplándola, caminan a prisa, y tampoco he vuelto en compañía.

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