La temperatura del aire

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La luz desaparece gradual. Emergen sombras artificiales de entre las grietas del pavimento. Vapor de agua. Se queman los pulmones. Inhalan los principios de la noche y, a pesar de andar cuesta arriba, sigo sin reconocerme en los pasos que doy hacia adelante. Miro el rastro que aún no han dejado las huellas porque sólo sé volcar la cabeza abajo cuando inicio trayectos (in)deseados. No dejo de avanzar. Extranjero interno. Soy más de estar quieto. Inerte. Silencio y soledad. Extrovertido, pero asocial. La paz es irreconocible en el barullo interno. Golpea el hombro sin ceder milímetros a la corporalidad y sigue de largo. No tiene rostro. Nunca se lo he visto. Me rehúso a inventárselo. Irresponsable del otro.

              Así, reconozco el estado intermedio que habito entre lo sólido y el gas. La voz ajena que posee a mi espacio mental y una necesidad constante por acallarla. Por detenerla. Por enterrarla entre sonidos impropios, melodías graves, risas superfluas. Afuera la oscuridad adoquinada es clara y yo soy un visitante de la negrura eterna que se apelmaza aquí adentro. Soslayo permanente. Periferia y andar. Un pertenecer al interior y suplir la calidez con humedad. Un ver la verdad en el infierno y huir hacia el diluvio. Ahogar para no arder. Ahogar para retener.

              El trepidar no escapa a los límites de la piel. Las puntas pierden su capacidad para sentir y floto entre las paredes que presumen protegerme. El frío es interno y aquí no hay conjunto vacío. No hay conjunto. No hay. No. Arriba, donde no alcanzan los ojos, se exhalan líquidos con vida inasequible y entonces entiendo. Soy el final de una línea que no me pertenece y cada parpadeo es un recuerdo erradicado. Limpieza del austral. Importancia nula. Dolor abismal. Le he puesto nombre a la carga atorada en el pecho. Es melancolía porque de eso estoy hecho. Pasado cercenado. Nunca presente continuo.

              El tintineo del bolsillo anuncia un retorno (im)percibido. La salida del introspectivo está a dos vueltas metálicas, un caminar por el corredor y el sonido sordo del refugio. Se llenan los pulmones con algo parecido a la tranquilidad. Y se dibuja una sonrisa, casi sincera, donde apenas unos segundos antes, había ojos abiertos sin observar afuera.

 

Xalapa, Ver. 18 de abril de 2023

Vicente Martínez Blanco Martínez

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