
Lily recuerda el día del beso como uno especialmente hermoso; tal como le gustan: gélidos y lluviosos.
Al entrar la noche detuvo su lectura de Woolf para asomarse por la ventana e inhalar el dulce aroma de la tierra y las baldosas mojadas. Refrescaba sus pulmones y su mente cuando vio a Ed —su vecino— dando paseos circulares en el patio de la vecindad colonial en la que vivían.
Lily había descubierto desde antes esas caminatas, pero le parecían un hábito sin interés. El comportamiento se tornó extravagante e intrigante hasta aquella ocasión, cuando Ed caminaba cabizbajo bajo el clima torrencial.
Reaccionó por impulso y, con el paraguas extendido en mano, salió de casa y se acercó a él.
—¿Estás bien? —le preguntó.
Y él, carente de habilidades sociales y sin experiencia en el enmascaramiento de las situaciones y la decantación de la información, contestó que no.
—¿Por qué? —volvió a preguntar, invadida ahora por una curiosidad voraz.
—Porque no puedo parar de caminar; debo estar siempre en movimiento —dijo Ed, y al ver la cara ansiosa de Lily, hambrienta de información, continuó—. Invoqué al fantasma de mi novia; la pude traer de vuelta… pero aún no he completado el ritual (y no quiero hacerlo). Ella debía volver, besarme e irse, mas no he dejado que me alcance. Mantengo mi distancia para retenerla a mi lado.
Es bien sabido que las ánimas se vuelven visibles sólo si se intuye o se sabe de su presencia. Por eso, mientras Ed develaba el misterio de sus caminatas por el patio, Lily reparó en una diáfana figura femenina a la distancia, justo a las espaldas del chico. Pudo notar que ella no tenía pies y que de sus cuencas vacías chorreaba un líquido obscuro.
—Será mejor que caminemos; no debe alcanzarme —dijo Ed, interrumpiendo el lapsus de horror que la aparición provocó en Lily.
Caminaron juntos, pero no volvieron a hablar.
La mente de Lily, sin embargo, gritaba y le decía que no era justo retener a una chica muerta. Que era egoísta. Que era cruel. ¡Que Ed era un monstruo y que tenía que hacer algo al respecto!
Por eso, sin meditarlo mucho, derribó a Ed de un empujón, se abalanzó sobre él y no dejó que se pusiera en pie. Ambos forcejearon sobre el charco en el que cayeron y, sin emplear mucho esfuerzo, Lily fue capaz de contenerlo hasta que la fantasma pudo alcanzarlo y besarlo mientras lo sujetaba del rostro con sus manos transparentes.
Ed lloró bajo la lluvia.
Lily volvió al día de junio en que Clarissa Dalloway ofrecería una fiesta.
Y ella se esfumó. El beso la liberó.