
Mi ciudad secreta es hermosa, verde y llena de librerías. Ahí siempre hay una ambulancia esperando el llamado de auxilio de una persona; son tantas ambulancias que muchas se han oxidado por falta de uso, por la poca actividad a la que acudir. La presidenta municipal es el modelo ideal de lo que esperas en un político; los ciudadanos tenemos la última palabra, la voz y el voto en cada una de las decisiones que se toman. La policía está tan preparada que al detener tu marcha, sabes que hay una razón correcta y fundamentada. La palabra honestidad fue acuñada en honor a ellos. Los habitantes salimos cada fin de semana a limpiar las calles, a recoger la poca basura que algún descuidado dejó a merced del asfalto. Las personas sin hogar duermen en hoteles y comen en restaurantes pagados por la sociedad mediante una cooperación mensual. Los poetas y músicos se presentan cada miércoles en el parque frente a la Catedral y el público siempre abarrota el lugar, es una tradición asistir después de trabajar o estudiar. A los bomberos les renuevan el equipo cada que lo requieren y perciben uno de los más altos sueldos, mayor al de la alcaldesa. Después de un huracán, ni al terminar el segundo día, la ciudad está en pie y cada que llueve las calles no se inundan. Los diputados dejan de lado el partido político por el que llegaron al poder y solo velan por los intereses de aquellos que con su voto hicieron posible su victoria; y donan el veinte por ciento de su salario en becas para los estudiantes de escasos recursos porque en mi ciudad secreta a nadie le falta nada y a todos les sobra amor.