Sepultada

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Creí que se trataba de los muertos en los cementerios o de gente enterrada viva en las calles. Parecía ser el único que lo escuchaba. Los peatones caminaban sin darse cuenta del alarido que se oía a todas horas. Incluso, las personas dormían mientras ignoraban el dolor del grito proveniente desde la tierra.

 El escándalo de los carros, el bullicio de los parques, las charlas en las cafeterías, la música de los clubes nocturnos, las peleas en los callejones, el ruido de las cajas en los supermercados, las televisiones en casa… Cada sonido sumaba a la colosal algarabía que silenciaba su voz.

En su desesperación por pedir ayuda, la ciudad se agitó para recordarnos que ella aún seguía presente.

 Después del susto ocasionado por la sacudida, las personas siguieron con su vida y a la metrópoli no le quedó otra opción que volver a temblar más fuerte para que la dejaran descansar. Pero los gritos de miedo y el llanto por los perdidos opacaban el mensaje que ella deseaba transmitirles.

 Ignorándola, las personas construyeron edificaciones cada vez más fuertes y resistentes a sus ruegos. La ciudad poco a poco se convirtió en la villana. Terminó apagándose. Los cielos se tornaron oscuros, el aire espeso, las calles se inundaron con cada lluvia.

 Ella solo quería compartir sus secretos para ser cuidada.

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