
Por mi ciudad marchan millones de corazones y tanto de día como de noche hay sudores antiguos y sudores nuevos de su gente que trabaja, algunas veces a solas con su locura y otras acompañada de sombras que pisan el mismo trayecto. Ambas aguas sufridas fertilizan mi ciudad como si fueran el agua de las nubes.
Mi ciudad recibe de rostros bronceados y de su tierra, granos de maíz y trigo que se desgranan. Todos los días vienen bendecidos a mi boca, tortilla y pan recién nacidos.
Sus aromas son de calor, ¡del trópico, sí! de esas frutas llenas de agua y de sedosa piel que acompañan mi camino, que sacian hambre y sed a la vez.
Tiene eterna primavera y perfume infinito con sus flores que adornan fiestas continuas en lugares de vivos y muertos.
Mi ciudad es abierta como el aire, lleva enigmas ancestrales, sus muros son transparentes, emergen de ellos historias, signos misteriosos y grietas. Mi inquebrantable ciudad vive los secretos: guarda los besos, los guarda en las estrellas; entierra las lágrimas, las entierra en la tierra y las plantas se llenan de ellas; corren en silencio las penas, las deja correr por las calles, son las que las viven; encierra las desventuras que quitan tesoros, las guarece en los templos divinos; canta las alegrías, las canta con entonadas gargantas de sus mariachis; grita historias de amor, las grita cual pregonero cenzontle y las vive con la intensidad de la luz de la luna.
Mi ciudad fortalece mis colores y me lleva en su canción, siempre cuida mi mente y alegra mi alma con su olor.
Mis ojos siempre reconocen a mi ciudad, mi alma sincera la venera y sé que ella también me observa, y me guardará en sus raíces cuando venga el sueño a extenderme en mi silencio.
¡Oh, mi ciudad de inmemorial paisaje: cómo te quiero!