Una canción de Morat

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                La ciudad no es nuestra, no sé si tendremos una secreta, propia, inmarcesible, con caminos llenos de magia… no creo, pero hoy toca un balcón para nosotros, y eso me trae a la mente los versos “vuélveme a querer cuando hayas olvidado / que si un día lloraste yo fui la razón”.

                 Dos años, y dos días. ¿Tanto tardamos en llegar? Al parecer, el tiempo nos jugó esa pasada, conjugar el amor en pasado, des-vivirlo en un presente que, si bien nos pertenece, ya no será del todo.

                Estos podrían ser unos apuntes (¿o una confesión?) múltiple: opinar sobre la costra urbana, y la primera persona del plural. En varias ocasiones, caminando por esta ciudad de muerte, esta ciudad central, esta ciudad donde se debe llegar para “ser alguien”, he contemplado su arquitectura como un monumento del pasado. Más de una vez, también, me ha desilusionado el afán destructor que tiene la modernidad: demoler, y edificar alto, con paredes lisas, para gente que vivirá en ratoneras de ladrillos. Hace unos días, por ejemplo, he pasado por una calle vallada, donde han caído paredes de antaño, y puede leerse en una de ellas (en braille) la arquitectura de su vida: allí están los azulejos del baño, el botiquín incrustado, más al costado se descubre la baranda de la escalera, más allá otras imágenes pintadas, ¿sería la habitación de alguien? Defender la poesía de esas viejas fachadas me parece una cuestión de honor (¿será muy fuerte tal expresión?).

                También, andando por esas calles, con esas visiones, he llegado a pedirle a Dios un balcón y un poeta para mí, un rescate de la vida. ¿Ironía? Hoy nos encontramos en la librería-café donde nunca habíamos coincidido, optamos por la mesa del mirador, con la ventana abierta. La propuesta era simple: un rato juntos, y cada cual a sus obligaciones (tú, trabajar, yo, juntar la ropa antes del anochecer). Cometiste la desobediencia que sospechaba: pagar la cuenta, cuando te expresé desde el principio “vamos a medias”.

                En el sitio no había casi gente… Tus palabras, mis palabras, se mezclaban con las macetas colgantes. Las miradas, las sonrisas, los recuerdos, iban y venían entre el café y los platillos. Solo llegó el momento de partir, y no quedó tiempo para los libros. ¿Seremos personajes de una historia sin fin?

                Tengo en mente los otros versos: “cuando el amor se escapa / nunca dice adiós”, quizás por eso solo pronunciamos “hasta luego”.

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