Vivo por ti, ¿tú qué haces por mí?

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Arranco de mi agenda cada una de las hojas donde te dediqué mi tiempo, los días donde marcaba tus necesidades como mis eventos más importantes. Abro ese último mensaje que prometía ser la última vez que olvidabas nuestras charlas, ese tiempo que fingías dedicarme para escuchar mi ajetreo personal, mi estrés al comer mis problemas y secar mi llanto semanal. Todo eso, dime ¿no es cierto?

Yo no te pertenezco, porque vinimos solos y en cabezas diferentes, y sólo a veces nos unimos y somos del otro, sin embargo, no me molestaba saber que, al separarnos, la individualidad nos alejaba, pues seguía siendo parte de tu día, pero la incertidumbre de saber cuándo me necesitabas y cuándo te estorbaba me impedía hacer planes, desentenderme del tiempo y orbitar tus horas, esperando mi turno.

me tenías, sin necesidad de cuerdas ni de jaulas, porque el camino que tomé estaba de bajada, empinado, con un sólo camino que me construí desde la cima de mi almohada. Dormí en el sueño más confuso, pensando que al despertar estarías ahí para consolar mis pesadillas, o aliviar el peso de los sueños pegados a las sábanas, pero siempre desperté sola, me soltabas cuando no tenía más que ofrecer.

Y ya no te creo, los meses de la agenda se agotaron, el marcador con el que subrayaba los días que compartíamos se secó o se negó a pintar en vano. La agenda se llenó de tus problemas, tus frustraciones y sueños que te ayudé a cumplir y de pronto desaparecías. Con cada mes, un fin de semana menos para pensar en frases ocurrentes, improvisar planes y escuchar tu voz. La agenda quedó vacía, mis días no son en vano y ya no quedan más espacios.    

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