La inmensidad del atardecer

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Un día; otro más. Otro amanecer que avanza hasta que el sol vuelva a caer; y aunque este día se veía y sentía diferente, había un remolino en el estómago y un torbellino en mi pecho, no sabía qué era y solo pude continuar transitando aquel día.

Es verdad que no era un día cualquiera, el mar se encontraba en mi vida, en mi día. Las nubes se mostraban y el cielo azul deslumbraba, creo que era un día especial porque la brisa tocaba mi cabello y el viento impactaba mi rostro como un pétalo de rosa que cae suavemente, todo estaba siendo único.

En algún momento, como era de esperarse, el atardecer se acercaba. Caminé y caminé a toda prisa para llegar a un lugar perfecto para mirar su belleza. Un barco me esperaba, era grande, especial, pero para mí lo era más aún, aunque no sabía todavía la razón.

Subí al barco, me encontraba maravillada de todo lo sucedido dentro de él, de la vista al mar, del sonido de la inmensidad del atardecer, todo lo vi desde su popa. Después llegó la cena y la música con un sello particular, había algo en ella, pero aún no sabía qué era. De pronto, era casi el final del viaje y una invitación para presentarse a los comensales surgió, subí las escaleras a la proa con temor y con un poco de pena, pero con una extraña sensación, así que la incertidumbre probablemente me hizo valiente. De pronto mis ojos se encontraron vendados. No pasaron ni 10 segundos cuando los gritos y aplausos de los comensales empezaron a resonar; finalmente pude ver lo que sucedía, después de quitarme esa venda pude ver que era él quien había hecho que el miedo fuera un extraño y la magia una aliada.

Mi corazón latía con la misma velocidad con la que una ola golpea la orilla de la playa. Eras tú y tu sinceridad, transparente, asentando tu cabeza mientras sostenías en tu mano una propuesta de amor, era eso lo que sentía, no había sido un día ordinario, fue, desde siempre, un gran día.

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