Sensibilidad

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Tomar los audífonos, reemplazar el sonido de adentro por el de afuera, inhalar y exhalar en tres para pensar con claridad o simplemente para sentirme viva; mirar los amaneceres y los atardeceres esperando ser devorada por ellos, que su hermosura, infinitud y plenitud fueran parte de mí; que por el simple hecho de ser valiera tanto como ellos.

Sentir el sol en mi rostro, cerrar los ojos e imaginar que las cosas tienen solución, poder sonreír con la calidez de sentirme viva.

Sentarme y empezar a escribir, no parar, dejar salir todo, así como se siente, como duele, como lo padezco, colocar una canción melancólica para lograr arrancar todo de raíz. Llorar en cada palabra, en cada línea, sentir las emociones recorrer todo mi sistema circulatorio, dejarme consumir por la desesperación, escupir en hojas blancas un líquido rojo que pudiera terminar de drenar la suciedad de mi alma y corazón.

Amar mucho para poder escribir cientos de poemas, amar con intensidad para lograr llenar libretas, para admirar con más fervor mi alrededor. Para ir a museos, leer libros, para disfrutar lo que hago. Sin ese ritual no soy yo. Ir contra corriente no me sirve de nada porque mientras más utilizo la fuerza peor es el desgaste, peor son los días sin escribir, cerrando mis poros ante cualquier manera de dejar salir lo que vivo.

La sensibilidad habita cada parte de mi ser, permitiendo escuchar y saber qué dice el otro, pero también impidiéndome entender qué digo yo. Muchas noches acallé mis sueños pensando que detener mis emociones me serviría de salvavidas, error. Eso es parte de mi ritual, de la persona que lo hace, porque sin todo eso jamás habría podido hacer llegar las vivencias al oído de las personas.

Desearía quitarme el corazón antes de seguir sintiendo, pero no puedo porque sin él mi escritura no sería la misma, sin él los rituales quedarían sin sentido, sin él no habría más.

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